lunes, 1 de diciembre de 2008

AVENTURA EN PERU

Haití es una cafetería de Lima propicia a pensamientos y ensoñaciones. Después de un mes de viaje es como si todos los recuerdos hubiesen quedado allí, o tal vez en el paseo que hice desde su terraza hasta los acantilados del moderno barrio de Miraflores. A veces creo que toda la belleza y grandiosidad que había visto en varias semanas caminaba a mi lado y me llevaba a un encuentro con la inmensidad del océano Pacífico para otear en el horizonte nuevas fronteras o hacerme la promesa de que no tardaría en volver.
La verdad es que Murphy con su ley no esperó ni un solo instante, así que nos hizo deambular de aeropuerto en aeropuerto y con más de la mitad del equipaje desperdigado, siguiéndonos pero en vuelos distintos, hasta que finalmente nuestra preocupación se disipó cuando, a cuenta gotas, los bultos comienzan a aparecer en la terminal del aeropuerto de Cusco, instantes después de haber descendido del último avión.
Si alguien me preguntase que es un explorador podría responderle que es aquel que descubre lugares nuevos en sitios remotos. Un explorador tiene una mirada especial, esa mirada que le confiere un cariz que lo hace diferente a los demás. Una mirada inquieta y romántica que inspira confianza. Es alguien que cuando camina por espacios abiertos o densas selvas siente que su espíritu se llena con los paisajes que contempla. Un explorador es aquel que toma datos geográficos y capta imágenes de los lugares por donde pasa, escucha atentamente lo que cuentan las gentes y entre sombras escribe en un cuaderno cuantas cosas le van sucediendo
La tarde se iba en el día 1 de Julio. Nuestro cuerpo todavía sufría el haber pasado por continuos cambios horarios y comidas de avión, pero necesitábamos caminar y encontrarnos definitivamente con un Perú por el que ya llevábamos esperando unos meses. La penumbra del atardecer se mezclaba con las luces de las farolas que comenzaban a encenderse y esa composición en la iluminación confería un romanticismo extraordinario a aquellas estrechas calles empedradas del viejo Cusco. Sobre aquel paisaje de piedra, trabajado en muros de antiguos palacios y adoquines pisados por millones de gentes, caminábamos hacia un lugar que se hizo un referente en nuestras vidas, la Plaza de Armas.
La noche se hizo dueña de la vieja ciudad Inca y la cafetería Trotamundos se hizo dueña de nuestras almas, pero quien realmente se apoderó de nuestro espíritu fue el alcohol que habíamos metido en el cuerpo.
El teléfono sonó a las cinco de la madrugada hora en Perú, habíamos concertado una entrevista con Radio Negreira, nuestra emisora municipal, donde les contamos a nuestros vecinos todos los problemas que tuvimos en este viaje de ida y que en cuestión de cuatro horas partiríamos hacia Huancacalle. De aquella primera noche en Perú solo recuerdo el frío que pasé en la habitación de “Los Andes de San Blas” y el temor a las siguientes que ya serían bajo la lona de una tienda, aunque tampoco dudaba de la calidad del material que disponíamos y que patrocinaban nuestra expedición.
Moverse en un vehículo por Cusco es lo mismo que subirse a una atracción de coches de choque. Todavía me cuesta creer como no se embestían una y otra vez pero enseguida comprendí que la experiencia era antónimo de fatalidad. Y en ese caos circulatorio nos movimos en un híbrido de todo terreno, hacinados entre los bultos y un portaequipajes encima del techo que transportaba lo que ya no tenía cabida en el interior.
El tiempo era bueno, el cielo estaba bastante despejado y una vez que abandonamos la ciudad por la carretera que va hasta el Valle Sagrado, empezamos a descubrir la magnitud de los paisajes, de montañas de más de seis mil metros que atraían nuestra atención y por las que desde la comodidad del asiento de un coche empezábamos a trazar líneas por sus aristas y sus enormes bloques de hielo para alcanzar sus cumbres. El Valle Sagrado, Urubamba, Ollantaytambo, puertas para acceder en tren hasta las ruinas de Machu Pichu
¿Y por qué estamos nosotros en esta Expedición arqueológica? ¿Qué es Vilcabamba? En 1533, cuando Manco Inca constituye un reino rebelde protegido por las montañas de la sierra de Vilcabamba, Francisco Pizarro ya ha conquistado la mayor parte del Imperio Inca. Sus sucesores Sayru Túpac, Tito Cussi y Túpac Amaru logran mantener la independencia hasta 1572, fecha en la que las tropas españolas conquistan Vilcabamba la Grande y la capital del último reino Inca independiente desaparece engullida por la selva. Vilcabamba la Grande cae en el olvido, y se convierte en uno de los grandes misterios de la arqueología, tanto es así que cuando Hiram Bingham, en 1911, encuentra Machu Pichu lo que en realidad intenta localizar es Vilcabamba, pero la vieja capital perdida seguía siendo un misterio.
La historiadora madrileña María del Carmen Martín Rubio descubre en los Archivos de la Fundación Bartolomé March, en Palma de Mallorca, un manuscrito del S.XVI de un cronista gallego, Juan de Betanzos, en el que narraba la incursión de las tropas españolas persiguiendo a los Incas hasta dar con su último refugio en las profundidades de la selva y en los que daba datos concisos hacia su localización. A Santiago Del Valle Chousa, entonces corresponsal de TVE en A Coruña, le pareció un tema interesante para la realización de un documental de producción independiente por tratarse de un personaje gallego. La historia le cautivó de tal manera que desde la década de los noventa ha realizado 13 expediciones en busca de Hatum Vilcabamba. En 2005 afirmó ser el descubridor de las ruinas de la vieja capital perdida con la ratificación de informes presentados al Instituto Nacional de Cultura de Perú y la colaboración de distintos arqueólogos peruanos, ubicándose a ochenta kilómetros en línea recta al oeste de Machu Pichu, a cincuenta kilómetros al noroeste de Choquequirao y a cuarenta kilómetros al sureste de Espíritu Pampa; en una zona completamente despoblada al noroeste del Nevado Choquezafra. Actualmente sigue con las exploraciones de la zona y la intención de comenzar la restauración de las construcciones.
Nevado Choquezafra, de 5.174 m. Ese era nuestro destino, el Apu principal, la Montaña Sagrada más importante en el reino de Vilcabamba. Teníamos que escalarla, averiguar si la cima albergaba restos arqueológicos. En Huancacalle conocimos a la mayor parte de los porteadores puesto que tres más se incorporarían en la aproximación, haciendo un total de diez, cinco caballos y diez mulos. Y allí, en el último lugar a donde se puede llegar en vehículo encontramos un paisaje que en nuestro primer día de marcha, atiborró nuestros pensamientos de futuros objetivos. Después de cinco días de aproximación alcanzamos el Campo Base. Estaba ubicado en una zona que estuvo sembrada de cadáveres de Sendero Luminoso. En aquel lugar de belleza extraordinaria se había producido una matanza a partir de 1980, pero en 1987 fue la venganza de los campesinos que atacaron por sorpresa a los terroristas en sus refugios en la montaña y les hicieron pagar con la muerte el odio que habían sembrando en años de política del terror. Los campesinos, precariamente armados y hartos de ver como sus familiares y amigos eran asesinados por Sendero Luminoso por no compartir sus ideales o no aceptar colaborar con ellos sucumbieron a la venganza y acabaron con una vida repleta de temores.
Desde el Campo Base, los mulos ya no podían continuar por la dificultad del terreno, así que tocó cargar enormes mochilas hasta que encontramos un lugar idóneo para establecer el Campo Avanzado.
Nuestro sitio era privilegiado, encontrarse en la Cordillera de los Andes y con la selva amazónica a vista de pájaro. Toda esa visión enriquecía mi existencia en un amanecer despejado y toda ese atractivo se esfumó cuando el infiernillo se negó a funcionar, por lo que en los cinco días que pasamos en la montaña no supimos lo que era una taza de café o una comida caliente y es algo que anhelas cuando las temperaturas oscilan entre -4º y -10º.
El día anterior habíamos realizado una pequeña exploración del terreno y enseguida encontramos una canal que nos daba un acceso cómodo hasta el último resalte para alcanzar la cima. Teníamos que encontrar una ruta normal, lo más factible posible para que un grupo de Incas hace más de cuatrocientos años no tuviesen que alcanzar la cumbre realizando una escalada propiamente dicha. Así que comenzamos con una trepada bastante cómoda hasta que encontramos una serie de viras por las que continuamos nuestra ascensión. Ante nosotros emergían agujas por todos lados y la idea de una montaña sin cordales desaparecía. Un diedro tentador apareció en nuestra ascensión por lo que abandonamos la facilidad de las viras para encararnos a el. También la idea que traíamos de una montaña compacta se había desvanecido el mismo día que llegamos al Campo Avanzado. Las enormes pedreras que descendían desde la misma cima nos situaban a los pies de una montaña rota y ese deterioro en la piedra convertía la escalada, más que en difícil, en peligrosa. La niebla cayó, lo cubrió todo, seguíamos escalando sin saber a ciencia cierta si nos dirigíamos a la cumbre principal. En los meses anteriores intentamos averiguar si se trataba de una cima virgen y no habíamos encontrado nada al respecto. Tuve el privilegio de hacer la cresta cimera y en mi corta aproximación vislumbre un pequeño hito de piedras. Debajo de ellas una lata corroída por el paso del tiempo, un papel protegido por un plástico quemado en sus bordes: A. F. Hartmann. 7 de Julio de 1968 y una dirección. De la cima que quieren que les cuente, no hubo abrazos, hubo fotos de banderas, los lloros fueron individuales y aunque estuvimos cerca del cielo descendimos con demonios en el cuerpo.
Al día siguiente Andrés y yo abrimos una vía en el corredor norte, la bautizamos con el apellido de nuestro porteador más emblemático: “Quispicucci”. La escalada aquí fue muy sicológica. Apenas había donde meter un friend que realmente pudiese soportar una caída. Hice un largo de 30 metros sin fijar ningún tipo de seguro, quedándome en ocasiones con piedras en las manos y eso mismo le sucedía a mi compañero. Los tornillos en el hielo trabajaban bien pero a cada golpe de crampones y piolet solo conseguíamos romper en pedazos el viejo glaciar y la progresión también era expuesta pero por fin lo habíamos superado. La amazonía fabricaba la niebla que se hizo dueña de todo y no volvió a desaparecer, después cayó una lluvia helada, la temperatura bajó y se convirtió en nieve. El hornillo siguió sin funcionar, en cinco días apenas habíamos abandonado la tienda.
La Expedición arqueológica tocaba a su fin y con ella regresamos abandonando la montaña. Por primera vez en nuestras vidas escalamos una montaña de más de cinco mil metros con el sabor romántico de una expedición de antaño, adentrándonos en territorios casi inexplorados.
El sol calentó de nuevo nuestros cuerpos en la Plaza de Armas de Cusco, podría describirles las sensaciones que tuve con las puestas de sol en el Lago Titicaca y cual será mi próximo objetivo, porque el problema de participar en una Expedición de este tipo es que en ese camino uno siempre encuentra motivos para volver y no cejar en ese empeño. Hace años en el Karakorum se abrió una vía con el nombre de una bebida de Katmandú, “Banana Mango Mix”, en la terraza del Haití me vi escalando una enorme pared y el nombre de una bebida: Pisco Sour.

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